

Me llamo Saúl, tengo 18 años, soy el menor de mis tres hermanos, llegue a estudiar a la ciudad donde todos mis hermanos estudiaron, a la misma carrera y a vivir en la misma calle donde ellos vivieron por 5 años, mi vida esta escrita, debo dejar esta cuidad en 5 años más, con un cartón bajo el brazo y a trabajar en la misma clínica de mis hermanos, podré ir al campo por los fines de semana, tal vez me haré cargo de un cultivo por una temporada pero lo más cerca que estaré de haber trabajado la tierra es a 1000 Km. de distancia, cada domingo se reunirá la familia, los almuerzos típicos de largas tertulias bajo los parrones y de vez en cuando un rodeo en la media luna, volveré a mi tierra y mis padres tendrán la novia perfecta, esa que críe a sus herederos, que sea culta, que cocine las recetas al pie de la letra, que me espere, que me ame, que sea de buena familia y decida por opción propia quedarse en casa mientras los niños crecen, será linda como todas mis cuñadas, pero sin conocerla ya me da lástima por ella.
Eran los primeros días de universidad, pero Yo había viajado más de lo presupuestado a mi tierra, había olvidado algunas cosas en el campo y debía recoger un regalo de mi abuelo, yo en realidad ya esperaba ese regalo, el mismo que entrego a cada uno de mis hermanos al ingresar a la universidad y lo mismo que el recibió de su padre al titularse. Era una piocha de bronce que decía mi nombre y mi grado, él lo recibió al terminar su carrera pero pensaba que era más significativo entregarla al inicio ya que la motivación y el norte de la vida estaría trazados, sin dejar paso a la duda de la deserción. El bus llegó con tres horas de retraso, baje y la neblina se hacia insostenible, el frío y la garua me daban la bienvenida nuevamente, salí del Terminal buscando rápidamente un taxi pero a esa hora los taxis que generalmente habían a la salida, estaban tres cuadras más arriba de la avenida, entonces decidí llegar hasta un paradero próximo y esperar la micro que sube a los cerros cerca de la facultad, fue en ese entonces donde me encontré una muchachita de pelo largo y tan oscuro como la noche, llena de bolsas y con una maleta tan vieja como cualquiera de mi abuela, me dio mezcla de risa y respeto su gran maleta , es que ya no se usan una así, sin embargo se notaba que en sus años fue una maleta digna de una princesa, no creo que halla sido mi risa (porque fue silenciosa) lo que la hizo voltear, no! tal vez fue el sonido de la guitarra cuando la cargué en cima, pero sea lo que haya sido lo agradezco infinitamente, sus ojos estaban tristes, su mirada era ausente, sin embargo era a quien yo podría escribirle canciones toda mi vida.